Competencia socioemocional: su importancia y cómo desarrollarla
Uno de los grandes desafíos de la educación del siglo XXI supone abandonar los modelos que tradicionalmente han marcado su desarrollo para conseguir su sinergia en una sociedad caracterizada por la globalización y la diversidad. De lo contrario, el error resultante de situar un sistema educativo en un período de tiempo que no se corresponde con el que le es propio deriva en un desfase que limita sus infinitas posibilidades (Punset, 2011).
¿Es efectivo el modelo de enseñanza actual?
Personalmente, considero que el modelo de enseñanza instaurado no responde a las necesidades individuales que presenta el alumnado en la actualidad, provocando su desmotivación y excluyendo la innovación y la creatividad del proceso de aprendizaje. Además, recientes estudios afirman que estas capacidades fundamentales para el éxito se encuentran complementadas por la gestión de las emociones y el equilibrio emocional (López-González y Oriol, 2016), por lo que la ausencia de todas estas piezas convierte la educación actual en un puzle inconexo anegado al fracaso.
Por otra parte, nuevos descubrimientos científicos sobre la adquisición de conocimientos han revelado que el ser humano no aprende de memoria, una creencia errónea que ha acompañado al proceso de enseñanza-aprendizaje desde sus inicios (Mora, 2017). Por el contrario, aprendemos cuando nos emocionamos, por lo que el concepto tradicional de inteligencia queda irremediablemente obsoleto (Salmerón, 2012). Su medición solo contempla el resultado de un test estandarizado, convirtiéndose en un enfoque reduccionista que no se adapta a las necesidades personales y sociales actuales.
La educación como herramienta
Así, el cociente intelectual debe considerarse una variante más dentro de una ecuación en la que existen otros aspectos, como por ejemplo las habilidades sociales y las destrezas artísticas (Robinson y Aronica, 2015). Como alternativa al sistema educativo anacrónico que aún se encuentra implementado en muchos países, Richard Gerver (2012) propone la visión de la educación como un vehículo de capacitación para proporcionar un pensamiento global en el que no exista separación de conocimientos según las asignaturas, y en el que los niños y niñas desarrollen la capacidad para analizar el mundo de una forma genuina y crítica con las ideas establecidas. Hasta ahora las competencias científicas se han situado en la cúspide de la pirámide jerárquica. Sin embargo, la transformación de la educación implica la consideración igualitaria de todas las competencias, incluyendo las emociones.
Desde la Unión Europea se ha transmitido de forma clara y unilateral la necesidad de adquirir diferentes capacidades para adaptarse y alcanzar un desarrollo integral en un mundo marcado por la globalización, el cambio y la diversidad. En este contexto surgen las competencias clave en educación, una nueva forma de delimitar las condiciones necesarias para el progreso personal, social, moral y profesional ajustadas a las demandas de la actual sociedad de la información y del conocimiento.
Por lo tanto, una educación capaz de abandonar los modelos tradicionales para introducir aspectos afectivos, éticos y sociales en su currículo no constituye una utopía basada en la opinión popular de una minoría. Por el contrario, se trata de una necesidad real reflejada no solo en múltiples artículos de prensa que visibilizan el interés general sobre este tema (El País, 2020; Mena, 2018), sino también en la propia normativa vigente y en artículos de investigación que tratan de ampliar los conocimientos sobre estas habilidades que han permanecido ocultas durante siglos para la educación (Clouder et al., 2008).
La importancia de la inteligencia emocional
Tradicionalmente, la sociedad ha sobrevalorado la inteligencia cognitiva de las personas, aunque la evidencia empírica ha demostrado que ser cognitivamente inteligente no es suficiente para garantizar el éxito académico, profesional y personal (Thomas, 2006). Así, en la actualidad son numerosas las líneas de investigación que están abiertas y que buscan analizar la relación existente entre inteligencia emocional y una gran cantidad de aspectos educativos. Algunas de estas investigaciones han comprobado el papel de la inteligencia emocional como factor explicativo del rendimiento académico, tanto de manera directa como indirecta (Extremera y Fernández-Berrocal, 2003).
Llegados a este punto podemos afirmar que resulta fundamental el desarrollo de las competencias socioemocionales entre el alumnado, pero, ¿cómo? Bisquerra, Pérez y García (2015) señalan que la mejor opción para desarrollar la inteligencia emocional es la intervención psicopedagógica basada en el modelo de programas. Si prestamos atención a la efectividad de programas que intervienen sobre las competencias sociales y emocionales con el objetivo de mejorar el rendimiento académico, Cejudo (2017) afirma que la implementación de un programa centrado en estas variables mejora significativamente el ajuste psicosocial y el rendimiento académico global.
La relación con el rendimiento académico
En síntesis, la hipótesis de partida de los estudios que buscan una correlación positiva entre inteligencia emocional y rendimiento académico es que el fomento de esta capacidad en el contexto educativo debería ayudar al logro de un mejor desempeño social y emocional del alumnado, lo cual tendría efectos a su vez en el aprendizaje, el rendimiento académico y la convivencia.
Promover las relaciones interpersonales provoca un clima más positivo y se evitan conflictos diarios que crean malestar en el grupo y alteran la dinámica de trabajo del aula, optimizando el tiempo para dedicarlo a las materias estrictamente curriculares. De esta manera, los beneficios de un programa que desarrolle las competencias socioemocionales se transmiten de forma transversal a todo el currículo, lo que supone una intervención a gran escala si se cumplen las condiciones necesarias para su éxito.
Por último, cualquier intervención propuesta desde la educación debe considerar como objetivo final el desarrollo integral del alumnado. Esto supone permitir que el sistema educativo compense lo que no proporciona el sistema natural para alcanzar la plenitud de todas sus fortalezas, y en este contexto la atención a la diversidad debe considerarse como un derecho de todo el alumnado para acceder a ese equilibrio. La heterogeneidad, la ruptura de la estandarización, la sustitución de la individualización por la personalización, y el acompañamiento deben formar parte de la comunidad educativa en general, y de la práctica docente en particular.
Texto escrito por Davinia del Carmen Cerpa Santana.