Proceso de enseñanza
El término proceso de enseñanza, es a priori, un concepto muy intuitivo, pues se componen de dos palabras con un significado bastante claro y cotidiano. Es precisamente por ello y por su alta significación que se hace necesario acotarlo, en términos conceptuales, para entender profundamente su verdadera importancia.
Parece prudente empezar definiendo las dos palabras que componen el término:
Encontramos en la RAE:
Mostrar o exponer algo, para que sea visto y apreciado
Esta acepción ilustra perfectamente el espíritu del proceso de enseñanza, pues direcciona claramente al concepto de -exponer- para que sea “apreciado”, es decir, asume intrínsecamente la posibilidad de que el oyente, pueda o no pueda estar de acuerdo, por tanto, ya está avanzando la otra parte de la ecuación, el proceso, pues es el receptor el que debe valorar de forma activa el mensaje del enseñante y por tanto participar del proceso.
Ahora volvemos la mirada a la palabra proceso y de nuevo, en la RAE, encontramos varias acepciones, tomamos la siguiente:
3. m. Conjunto de las fases sucesivas de un fenómeno natural o de una operación artificial
Efectivamente, es ese “conjunto de fases sucesivas” el que invoca de forma directa la capacidad y necesidad de retroalimentación que debe llevar implícita todo proceso de enseñanza, ya que nunca debe ser unidireccional. Este tipo de esquema durante muchos años se mantuvo vigente por una serie de connotaciones político-sociales del momento, pero hoy día, entendemos, está ampliamente superado. En la actualidad, pensamos, que la mayoría de los actores del ámbito educativo ya piensa en modo multidireccional, lo cual se constituye en un “motor” constante y continuo de fortalecimiento del proceso de enseñanza aprendizaje.
Una vez hecha la defensa de las partes del todo pasamos a defender el resultado de la suma de las partes, porque como todo el mundo sabe, el todo siempre es “más” que la suma de las partes
Este resultado es el proceso de enseñanza entendido como una sucesión de fases dinámicas, complejas, elaboradas, flexibles y especialmente enfocadas a la transmisión de conocimientos, habilidades y valores que el enseñante aspira a infundir al alumno, y como tal, necesariamente este proceso, se compone de un conjunto de actividades y estrategias utilizadas diseñadas para facilitar el aprendizaje de los oyentes.
Por consiguiente, parece evidente que preparar este proceso conlleva una vasta tarea, pues implica para el preparador, la planificación y organización de las actividades educativas, la selección de contenidos específicos, ajustados, relevantes, rigurosos y adecuados, la presentación concreta, clara, significativa y estructurada de la información, y la valoración del proceso y del progreso.
Pero este proceso, para que resulte enriquecedor y efectivo para todos los agentes intervinientes, necesita de la participación, no solo del enseñante sino del enseñado, por ello la multidireccionalidad, del diálogo de la interacción constante y continua, la refundación de conceptos y procedimientos, y en definitiva, de la flexibilidad y permeabilidad del sistema para reforzar lo efectivo y desechar lo infectivo en este proceso.
Si parece acreditado que la multidireccionalidad del proceso debe ser un rasgo constituyente del mismo, debemos entender que este proceso puede y debe darse no solo en el entorno educativo formal, sino que habrá que propiciar una gran variedad de contextos, y todo ello sin perder de vista las necesidades individuales de los estudiantes, teniendo en cuenta sus estilos de aprendizaje, intereses y habilidades.
En resumen, es un proceso interactivo, que promueve el desarrollo integral de los estudiantes, buscando no solo transmitir conocimientos, sino también fomentar habilidades, valores y actitudes que los preparen para enfrentar los desafíos de la vida y contribuir de manera significativa a la sociedad.