¡No tengas miedo a hablar en público! Toma nota de las mejores técnicas

Hablar delante de otras personas tiene una carga emocional que a menudo no se reconoce. Sabes lo que quieres decir, lo has preparado, pero algo se activa justo antes de empezar. Tensión en el cuerpo, dificultad para controlar el ritmo de voz y una cierta anticipación al error. Y es que, ciertamente, hay una distancia entre saber algo y poder contarlo en voz alta sin que el cuerpo pase factura.
El miedo a hablar en público no pone en riesgo nuestra integridad, pero sí nuestra autoestima. Lo que nos paraliza no es el hecho de hablar, sino la idea de ser juzgados por cómo lo hacemos. Sin embargo, con método y práctica podemos ponerle solución y saber hablar en público. En este artículo te proponemos una serie de técnicas oratorias para mejorar la forma en que transmites tu mensaje y una serie de estrategias que te ayudarán a reducir los nervios.
Técnicas para hablar en público
Conoce tu tema, tu audiencia y conecta con ella
Es básico conocer bien el tema que exponemos. Cuando hablamos sobre un argumento que dominamos y que nos interesa, se nota. La seguridad aumenta y la forma en la que nos expresamos se vuelve mucho más convincente, más viva. Ahora bien, en muchas ocasiones no siempre elegimos nuestro contenido y tenemos que presentar temas que no nos gustan o que no resultan especialmente atractivos para nuestra audiencia.
En este caso, lo importante es encontrar un ángulo que nos resulte estimulante y que permita conectar con las personas que nos escuchan. Ninguna técnica oratoria es efectiva si no sabemos con quién la estamos utilizando. Cuanto más conozcas a tu público, mejor. Investiga qué les gusta, qué humor les conviene o a qué formatos están acostumbrados.
La estructura del discurso
No improvises una intervención sin tener claro el recorrido. Toda exposición, por sencilla que sea, necesita una estructura. Y el esquema básico funciona bien para organizar la intervención por bloques de contenido. Por eso, tu discurso contará con un planteamiento, un desarrollo y un cierre. Y cada una de estas partes necesitará un abordaje diferente.
En el planteamiento debemos captar la atención de nuestro público y generar su interés. Podemos ofrecer un dato llamativo, contar una historia con la que empatice el público o lanzar una pregunta directa. Durante el desarrollo, presentaremos la idea central y desarrollaremos todos los argumentos. Es la parte más larga y, por tanto, la más compleja. Aquí te aconsejamos que utilices anécdotas e historias que agilicen el ritmo y permitan al espectador seguir tu discurso sin demasiado esfuerzo. Por último, en tus conclusiones cerrarás la exposición con una idea clara, con una llamada a la acción y un final con fuerza, es lo que más recordarán tus espectadores.
Lenguaje sencillo
Hablar de manera demasiado compleja o grandilocuente puede hacer que tu audiencia se desconecte. Lo difícil no es hablar con términos complejos, sino traducir lo complejo en una idea sencilla que todo el mundo pueda entender. Quien sabe mucho de un tema, lo puede explicar con palabras sencillas.
Explicar algo con claridad requiere más esfuerzo intelectual que adornarlo. Un buen orador es breve y conciso. Elimina todo lo que no sea esencial, evita irte por las ramas y mantén el foco en lo importante.
Cuerpo, voz y atención visual
La postura comunica antes que las palabras. Una postura firme, con los hombros relajados y las manos visibles, transmite más seguridad que cualquier frase bien construida. Y, además, tiene un efecto directo en cómo nos sentimos.
En cuanto a la voz, lo importante es evitar la monotonía. Introducir variaciones de ritmo, pausas breves en puntos clave y un tono más enfático en momentos de más tensión. Intenta no sobreactuar y que el tono sea natural.
Y, por supuesto, no olvides que las manos son parte de tu discurso. Deben estar siempre disponibles, ni escondidas ni tensas. Debemos acompañar nuestras palabras sin distraer. Como un director de orquesta que no busca protagonismo, pero sí marca el ritmo.
Estrategias para reducir el miedo a hablar en público
Los primeros minutos: tomar el control
Hay un momento especialmente delicado en cualquier intervención: el arranque. Es aquí donde se acumulan los nervios, donde el cuerpo aún no se ha adaptado y donde la sensación de tensión se hace más evidente. Por eso, te aconsejamos que prepares este tramo inicial con más cuidado que el resto.
La seguridad inicial con la que comenzaremos nuestro discurso nos permite entrar con más confianza en el resto del contenido. Si durante los dos primeros minutos eres capaz de tener bajo control los nervios, el cuerpo se acomoda y el resto vendrá solo, de manera mucho más fluida.
Ilustrar con ejemplos reales
Los conceptos abstractos generan desconexión muy rápido. Si quieres mantener la atención, necesitas bajar las ideas al terreno cotidiano. Si, además, utilizamos historias o anécdotas personales que tengan relación con el contenido también estarás ayudando a mantener tus nervios a raya.
Cuando contamos historias personales nos relajamos, al fin y al cabo, son cosas que dominamos y, del mismo modo, evocamos elementos visuales y emocionales. Estas pequeñas anécdotas refuerzan el contenido, el público lo agradece y nuestros nervios también.
Prepara el entorno
Si tienes la posibilidad de llegar con tiempo al lugar donde vas a intervenir, hazlo. Comprueba si vas a tener micrófono, observa cómo se distribuye el espacio, muévete un poco por la sala. Todo esto ayuda a eliminar incertidumbre y te permite convertir el entorno en parte integral del discurso.
Imagina y responde al peor escenario
Una estrategia poco intuitiva pero muy útil es imaginar el peor de los casos posibles. ¿Y si se va la luz? ¿Y si me quedo en blanco? ¿Y si alguien me hace una pregunta complicada? Trata de analizar cómo resolverías cada una de estas situaciones. Saber qué hacer elimina parte del miedo anticipado.
El error como parte del discurso
Uno de los mayores bloqueos es la creencia de que equivocarse invalida todo lo demás. Lo cierto es que cometer un error durante una intervención no es un problema. Lo que sí puede ser un problema es detenerse a justificarlo, pedir disculpas o intentar corregirlo compulsivamente. Si un orador da demasiada importancia a un pequeño error, el público también lo hará.
Hay una regla sencilla que suele funcionar: si el fallo es evidente y relevante, se reconoce y se sigue. Si no lo es, se ignora. En ningún caso se convierte en el centro del discurso.
¿Y si quiero aprender a hablar en público con apoyo?
Hay muchas formas de aprender a hablar en público, recuerda que no es un talento innato. Es una habilidad y, como todas, se puede entrenar. Pero si necesitas una mano, puedes echar un ojo a nuestro curso para hablar en público. Trabajamos, precisamente, técnicas reales y aplicables.
Tampoco nosotros buscamos discursos perfectos, sino intervenciones que funcionen: que transmitan, que conecten y, sobre todo, que respeten la voz personal de cada participante.